El arte visual en las tapas de Vogue y Harper´s Bazaar
“En absoluta realidad
de verdad, el arte es la única cosa que sobreviene a todas las demás
manifestaciones del esfuerzo humano. Sin embargo, no puede dejar de reflejar la
moda de su época, y aunque los imperios se hayan elevado y hayan caído después,
nosotros podemos reconstituir, con asombroso detalle, las modas de una época
por medio del simple estudio de su ornamentación y su arte peculiares”.
De la aristocracia británica a la frivolidad hollywoodense.
Del perfume de las musas a la sangre de las guerras. Del retrato clásico al
excéntrico. Del ojo siempre inquieto al mundo siempre rodante. De la moda al arte. O mejor: entre la moda y el arte. La frase que encabeza este artículo le
pertenece a Cecil Beaton: fotógrafo, vestuarista, ilustrador y cuántas cosas
más… Difícil etiquetar a un hombre que supo desandar como pocos los infinitos
vericuetos en donde confluyen el arte y la moda. Beaton los desnuda en su libro
El espejo de la moda. Las preguntas
acerca de la relación arte-moda se amontonan a lo largo de la historia, sin
embargo las respuestas no deben dirigirse únicamente hacia rigurosos estudios
académicos. Infinitas son las aristas que se desprenden de este binomio. De
hecho, muchos ejemplos que dan cuenta de la estrecha relación entre moda y arte
son fácilmente constatables en algunas producciones culturales cotidianas, como
las tapas de revista de moda. Estos dispositivos enmarcan conjuntamente los
aspectos relativos a la moda de indumentaria y, a su vez, abordan la noción de
artista plástico y su función en el campo de la moda y el arte. Roland Barthes,
en El Sistema de la Moda, plantea
analizar a la moda como un sistema de signos, partiendo desde el discurso que
producen las revistas especializadas sobre ésta. Vogue y Harper´s Bazaar,
por caso, nos sirven de muestra: analizando la discursividad y los diferentes
sentidos de un conjunto de tapas que van desde 1920 a 1950, se retomarán
las cuestiones más significativas de la relación entre las prácticas de las artes visuales y la moda de indumentaria.
Ya lo mencionaba Oscar Traversa, en ocasión de
un texto realizado para la publicación del libro Los cuerpos dóciles, hacia un tratado de la moda, cuando aseveraba
que cada momento estilístico ha dejado su impronta en la Moda, estableciendo
una relación cercana con las prácticas artísticas. Asimismo, Traversa en su
libro Cuerpos de papel, dejaba en claro la realidad de concebir a la moda
como variable del paso del tiempo, en términos visuales. En esa oportunidad, analizaba
las figuraciones de los cuerpos a través de las tapas de revistas,
estableciendo determinadas características que pueden ser encontradas en ellas.
Por un lado, enmarca al cuerpo femenino como protagonista del consumo, señalado
por la necesidad de hacerse ver, de ser visto, de darse a conocer y de
establecer una súper moda del cuerpo y no tan sólo de la indumentaria o
accesorios de la época. Por el otro, lo ejemplifica como el paso del tiempo,
reconfigurándose a partir de las distintas circunstancias históricas
atravesadas, tal cual ocurrió durante el lapso entre la Primera y la Segunda
Guerra Mundial. De esta forma, el cuerpo es exhibido desde múltiples lugares y
en formas heterogéneas.
A partir de las imágenes, los cuerpos serán
objetos de infinitas diferencias accidentales. El dispositivo tapa de revista recurrirá
a un sinfín de medios para reflejar lo que quiera de dichos cuerpos. Desde 1920
y hasta 1950 la interpretación de ese pasado o presente o futuro (en caso de
las tendencias de moda) serán retomadas como versiones o construcciones a
partir de un disparador en común: las artes plásticas y sus diferentes usos y
costumbres. Durante ese mismo recorte temporal, las artes visuales presentaron
distintos estilos que se fueron consolidando a lo largo del tiempo para
enmarcar no sólo una manera de hacer, sino un legado estilístico que sería
recuperado por otras disciplinas. Las primeras vanguardias ya se afianzaban
dentro de ese contexto social y político bélico. La moda no se quedaría atrás.
La gran depresión en Estados Unidos, la guerra
civil española y la Segunda Guerra Mundial marcaron una época caracterizada por
la crisis de las democracias liberales, así como también el ascenso de
regímenes autoritarios encarnados por el fascismo y el nazismo. En suma, todos
estos hitos no han hecho más que moldear a la sociedad a expensas de la
realidad del momento. En el mundillo artístico, el expresionismo, el art-decó,
así como también el surrealismo y el futurismo
surgieron como movimientos que acompañarían esta parte del siglo y en adelante.
En la moda, las prendas se fueron adaptando tanto al paso al del tiempo como al
de una guerra tras otra. Los cuerpos fueron afinándose, lo que en un momento era
la figura ideal -la de Hollywood- luego dio paso a un cambio en la imagen y lo
voluptuoso ya dejó de estar de moda para dar lugar a las líneas más finas y
delgadas y a cuerpos disimulados por su vestuario. Incluso, la vestimenta de
guerra fue adaptada por la mujer en su casa y las modas la tomaron como
necesidad en ese momento.
Este recorte, tanto del campo de las artes
visuales como del de la moda de indumentaria, nos permite entrever las
tendencias que si bien se originaron en ese momento, nunca lograron agotarse
del todo, ya sea porque fueron retomadas por otros movimientos artísticos o reconfiguradas
para crear las distintas discursividades de la época. Las transformaciones
sufridas desde hace un siglo por el arte moderno contribuyeron también a la
promoción social de la línea, aseguran Paula Croci y Alejandra Vitale en Los cuerpos dóciles. Al apreciar la
mutación del cuerpo femenino de algo más voluptuoso hacia lo longilíneo es
particularmente llamativo y fácil de distinguir con el modelo que atraviesa al
arte moderno. Las figuras en colores lisos, los ángulos cubistas, las
superficies abstractas o el funcionalismo del diseño ejercieron una
simplificación que también fue tomada o retomada directa o indirectamente por
la moda de indumentaria, educando al ojo hacia una forma no aparatosa, depurada
y abstracta. Y es aquí, entonces, donde recae nuevamente la estrechez entre artes
visuales y moda de ndumentaria, apreciadas en las tapas tanto de Vogue como de Harper´s Bazaar.
Desde el punto de vista de Pierre Boudieu y
tomando su teoría de los campos, coincidimos en que el campo no es más que un
espacio de juego, un lugar de relaciones objetivas entre los individuos y las
instituciones que compiten por un juego idéntico. En todo campo existen dos
polos, los que poseen la posición dominante y los dominados, los que llegaron
tarde. Esto también atañe al campo de la moda y el arte aglutinados en las
tapas de revista. Las mismas al ser consideradas dispositivos, como señala Traversa,
por constituir un singular vínculo entre el medio en su conjunto y los actores
sociales, poseen determinadas características, reglas y posiciones que suelen
repetirse en todas sus variantes. Pero en el caso particular de las tapas de
revista de moda, y sobre todo las publicadas durante 1920 y 1950, ilustran de
singular forma la actualidad artística de su momento y los movimientos que
envolvían a esas décadas. De tal modo, marcaron tendencias e instituyeron lo
que serían producciones de sentido que englobarían no sólo la oferta de moda
del momento sino una situación fundamental: la simbiosis entre moda y arte.
Vale aclarar que todavía no estamos en
presencia de las cover-girls: es la era del poster-cover, como señala Gerald
Grow en su artículo de 2002 Magazine
Covers and Cover Lines: An illustrated History. Faltaría poco para que las
cover-girls inunden las tapas de revista, no sólo de moda. Pero hasta ese entonces,
se pueden apreciar las características de estas poster-cover donde sólo se
podía evidenciar un gran dibujo, o una fotografía ocupando todo el espacio, con
el título de la revista por afuera de la imagen, a veces con el logo
superpuesto, pero no la mayoría de las veces. Esto era llamado Cover Art, ya
que incitaban al lector a colgarlas de la pared, como ocurre en la actualidad,
que son tomadas como piezas artísticas de exhibición. Este nivel artístico que
se les otorga a las tapas de revista no sólo ocurre por las técnicas empleadas
en cada una de ellas, sino por la combinación del trabajo de artistas
–visuales, ilustradores de moda, diseñadores-, que quedaba enmarcado en las
portadas, inmortalizado y otorgándole un aura de unicidad a cada una de las ediciones
tanto de Vogue como de Harper´s Bazaar.
Al tomar cada una de las tapas
es inevitable encontrar infinitas huellas de condiciones de producción artística,
contemporáneas, en términos de tiempo, y las tendencias que invadían aquellos
años. El uso del color es un recurso más que repetido. Los colores brillantes y
bien marcados componen a casi todas ellas. Las técnicas como la acuarela o el
dibujo a mano alzada forman parte de la composición de las gráficas, así como
también lo son los movimientos estilísticos circundantes para esas décadas: el
cubismo, el surrealismo, el futurismo. Todos envuelven al cuerpo femenino que
no siempre es figurado de pies a cabeza, o mismo en algunas ocasiones aparecen
en forma de sinécdoque, como es el ejemplo de la edición
de Harper´s Bazaar de octubre de 1938:
se representa un ojo femenino bien maquillado en tonos azules en primer plano,
sin más que un fondo de color anaranjado que contrasta con el maquillaje.
Otra
forma de retomar la temática moda de indumentaria es producida por los artistas
más consagrados del momento, en varias tapas se plasman dibujos o pinturas de
Salvador Dalí, Giorgio de Chirico, Joan Miró, Eduardo García Benito, entre
otros. Esta modalidad continuó en décadas posteriores, cuando Andy Warhol también
imprimió su sello para la revista.
Pero no solamente los reconocidos artistas que participaron de la gráfica de las revistas le otorgaron ese carácter artístico. Otros ilustradores y fotógrafos de moda hicieron lo suyo al emplear géneros pictóricos a las mismas. El caso más significativo es el de Erté, quien participó de incontables tapas desarrollando retratos o desnudos y hasta naturaleza muerta retomando no sólo los géneros sino las técnicas plásticas conocidas al momento. De esta forma, todo en las tapas destilaba arte. Los logos de las revistas no eran detalle menor. En ningún caso el logo Vogue o Harper´s Bazzar quedaba separado del estilo reinante, sino que daba una relación directamente proporcional entre éste y el estilo elegido para dicha edición. Siempre se compartían el mismo rasgo de color, o la misma tipografía para no desentonar con la creación y formar parte del todo final que sería la Cover Art para el recuerdo. No había ningún tipo de paratexto, ya sean subtítulos, índices o imágenes superpuestas.
La modalidad de simular el cuadro
pictórico llegaba hasta casi todos los niveles, como si se buscara no
entorpecer la visión de la pieza artística con nada del exterior, o del
interior: como dice Traversa, llegar al lector por medio de la tapa ciega,
dando por hecho que éste ya ha generado contacto con la revista y conoce lo que
verá adentro. Un adentro que, en definitiva, no es más que lo que ocurre
afuera: la moda y su época reflejadas por el arte.
Comentarios
Publicar un comentario